La pobreza y la moneda imponen datos que ya nadie quiere asumir como propios. Oficialismo y oposición han desarrollado una lógica de confrontación tan agresiva como incapaz de hacerse cargo de sus propias responsabilidades. Opositores sobran, conductores faltan hace tiempo. En medio de una crisis grave suceden hechos que desnudan conflictos. El Gobierno apoya el informe contra Venezuela, decisión que sin duda comparte la mayoría de nuestra sociedad. Un sector presuntamente de izquierda, integrante de la alianza gobernante, endurece sus posturas y sin duda alguna, expresa un modelo o proyecto político que nada tiene que ver con el peronismo. Si fuéramos más concretos, tampoco con la historia del kirchnerismo. Apoyar a Venezuela o a Cuba son formas de expresión política que cuestionan a la democracia sin siquiera intentar imponer el socialismo. El mundo del marxismo convertido en esperanza se disolvió en el exitoso pragmatismo chino o en la vocación moderna de Rusia.
El gobierno actual inició su gestión con una convocatoria a “Puebla”, donde un grupo de gobernantes derrotados daba testimonio de las distintas interpretaciones de su fracaso. Los tiempos donde las sociedades intentaban exportar sus modelos perdieron vigencia hace tiempo, cuando cada uno se ocupó de la exportación de sus productos e inversiones, tiempo donde los intereses nacionales dejaron de lado los sueños proféticos de las ideologías. No suelen ser quienes triunfan los que buscan imitadores, nadie busca aquello en lo que abunda. Desde ese intento fallido, cosechamos conflictos con los países hermanos sin definir siquiera nuestra propia identidad, ese pretendido modelo que imaginamos tener. El peronismo nunca se ocupó de exportar su modelo, por el contrario, priorizó el encuentro continental, iniciado en el A_B_C , Argentina, Brasil y Chile, sin importarle el partido que conducía al país hermano. La verdadera democracia parte de la voluntad de respeto, al gobierno propio como al que elijan los hermanos, asumiendo que cada quien transita su propio ciclo y, en consecuencia, el acento en las libertades o la justicia distributiva puede tener distinto ritmo que el propio. El error parte de la idea de que Néstor Kirchner fue protagonista de un ciclo exitoso y que su gobierno mejoró nuestra situación. El libro que acaban de presentar sobre Néstor lo deja al desnudo. Lo imaginan como un hombre “que cambió la historia”, cuando su verdadera heredad es una sociedad confrontada y empobrecida, cuya única pretensión vigente es que el gobierno de Macri agravó claramente la situación. El kirchnerismo, con sus años, arrastra una estela de fracasos y corrupciones que no mejoró la realidad de nuestro pueblo. Basta con visitar su provincia, Santa Cruz, y comprobar que la pobreza y la corrupción ocupan el lugar del pretendido progreso. La causa de los cuadernos deja al desnudo una concepción corrupta del poder que daña en su esencia a los movimientos populares, cuestión no justificable tan solo por la más que obvia decadencia macrista. Tanto en la versión del peronismo de su modelo derechista con Menem como en la “progresista” con los Kirchner, nada tiene que ver el pensamiento peronista ni siquiera el verdadero radicalismo. Nuestra decadencia se inicia con la atroz dictadura, pero hasta el momento es difícil encontrar datos reivindicables en los gobiernos democráticos que se sucedieron. Somos un fracaso a dos voces, tanto en la versión supuestamente populista como en la pretendidamente liberal. La corrupción se impuso en ambos gobiernos, el enriquecimiento de la burocracia, en todas sus manifestaciones, fue la contracara del empobrecimiento de la sociedad.
La política de la capital es el ejemplo central de la burocratización de los partidos. El peronismo porteño llegó a gobernar el país siendo minoría cómoda y sin pretensiones en su distrito. El PRO maneja a la oposición a partir de un sistema absolutamente prebendario, es el último distrito con riqueza suficiente como para que su dirigencia comparta prebendas. Hasta se venden los espacios verdes para ser transformados en soñados complejos habitacionales. La riqueza de sus habitantes permite ralentizar los oscuros resultados de la decadencia de su administración. La capital no genera políticos para el futuro de sus habitantes sino a posibles gerentes exitosos para con su propio futuro. Debaten pedazos del presupuesto, en una sociedad que se terminó convirtiendo en inviable. El destino de la burocracia que nos conduce posee la solvencia de la esperanza ausente en el mañana de nuestros hijos. Y ambos sectores políticos tienen demasiado que ver. Perón nos dejó con el amor de su pueblo y el respeto de la oposición, el peronismo era otra cosa.