Las ciudades de Posadas y Encarnación fueron fundadas en el siglo XVI en el marco de las misiones de la Compañía de Jesús en la zona. En efecto, la región fue conocida con el nombre de “los treinta pueblos jesuíticos” y abarcaba parte de la provincia de Misiones, gran parte del sur–este de Paraguay y el sur de Brasil.
El padre san Roque González de Santa Cruz, uno de los primeros jesuitas criollos, nacido en Asunción en 1576, funda en 1615 Nuestra Señora de la Anunciación de Itapúa (en el actual sitio de Posadas), a la cual abandona para trasladarla a la otra orilla del río Paraná y rebautizarla bajo el nombre de Nuestra Señora de la Encarnación (hoy Villa Encarnación). Si bien el sitio de Posadas estuvo abandonado por más de dos siglos, la acción del padre González en la zona es vista como el símbolo de la integración entre las dos ciudades. Es por esta razón que el puente internacional que las liga actualmente lleva su nombre.
En 1865, las tropas argentinas retoman la trinchera de los paraguayos, situada en el viejo emplazamiento de la actual Posadas, situación que sería finalmente confirmada después de la guerra por el Tratado de 1876 que establece el río Paraná como el límite entre los dos estados. La ciudad nacida –por segunda vez– de una ocupación militar, de una trinchera, comienza a crecer rápidamente. En 1881 la zona de Misiones pasa a tener categoría de Territorio Nacional –dependiente de la nación–, decisión que surgió a partir de intensos debates en el Congreso Nacional originados por las presiones de la provincia de Corrientes que desde la denominada “anexión” de 1832 pretendía ejercer el control y la soberanía del territorio de Misiones. La negativa de Corrientes de ceder y traspasar el territorio a la jurisdicción de la nación dio lugar a los debates sobre la “cuestión Misiones” en el Congreso Nacional..
Para finales del siglo XIX, el Estado argentino comenzaba una época signada por la preocupación por el progreso y el desarrollo económico, para lo cual era absolutamente necesario conocer las características productivas del territorio nacional. De esta manera, se financiaron numerosas expediciones de reconocimiento de territorios “alejados de la patria” con el objeto de revelar información sobre la geografía, la población y los recursos naturales con posibilidades de explotación.
Gracias a las crónicas de estos expedicionarios –entre ellos Rafael Hernández y Alejo Peyret– podemos observar de qué manera se va construyendo una representación de la nacionalidad en la nueva frontera y cuáles son sus fines. Veremos cómo en las crónicas de Peyret ya aparecía, a finales de 1870, la figura de las “paseras” paraguayas.
Entre tanto ¿qué es lo que vemos en las Misiones, tanto Paraguayas como Argentinas? Hombres indolentes que dejan á la mujer todo el trabajo de la casa, para dedicarse ellos á la ociosidad y á las diversiones. Las mujeres van y vienen constantemente de un lado á otro del río, á llevar frutas, á negociar, á vender, á comprar. En el mercado no hay más que mujeres descalzas, envueltas en su tipoy y con el cigarro en la boca, con el niño al pecho, agachadas al lado de sus montoncitos de naranjas, de mandioca, de caña de azúcar y otras fruslerías. Eso constituye indudablemente un vicio social: es necesario que el Estado intervenga para hacerlo desaparecer (Peyret, 1881:163 y 164).
La preocupación por la actividad de las paseras también alcanza a Rafael Hernández, quien escribe unos años más tarde:
De Villa Encarnación pasan diariamente á este lado más de cuarenta mujeres, con cargueros de mandioca, naranjas, miel, batatas y raspaduras, mascote de azúcar y fariña (harina); con esto abastecen a esta población, pues los naturales son tan holgazanes que no trabajan ni cultivan la fecunda tierra en que viven… (Hernández, 1887:48).
Vemos así cómo, apenas instaurada la frontera nacional con el Paraguay luego de la Guerra de la Triple Alianza, aparece una práctica transfronteriza llevada a cabo, en este caso, por mujeres y consistente en el pequeño comercio de contrabando. En los dos documentos seleccionados observamos que el trabajo femenino es comprendido como producto de la holgazanería de los hombres y como un vicio que hay que suprimir.
La mujer a su vez es descrita como una mujer descuidada con sus hijos, fumadora, sin calzado, con ropas artesanales. Era, quizá, el retrato de la barbarie. Y contra la barbarie, se pedía al Estado que interviniera en pos de la civilización y del progreso. Porque a partir de la dicotomía entre civilización y barbarie había que transformar a Misiones en un ejemplo del primero, pese a todos los signos evidentes de “barbarie” descritos por los cronistas.
Trabajemos en Misiones, labremos sus tierras, explotemos sus tesoros naturales y en donde hoy sólo existe […] una población arisca, ignorante y pobre […] que cruza la selva desnuda a pie y desprovista de todo elemento de sociabilidad, veremos elevarse pronto ciudades florecientes, […] y finalmente la luz de la civilización alumbrará estas oscuras comarcas, permitiéndonos fraternizar por la comunidad de aspiraciones, de costumbre y de idioma con nuestros mismos paisanos robusteciendo los vínculos de solidaridad para el engrandecimiento de la patria (Hernández, 1887:59).
Rafael Hernández advierte repetidamente en sus cartas sobre la barbarie que hay que combatir en la zona argentina de Misiones, pero también comienza a identificar la barbarie con el costado paraguayo del río Paraná, de donde provienen la pobreza, el desorden y la haraganería. Para educar a la población de Misiones, para transformar la provincia en un territorio integrado productivamente, era necesaria la participación de un Estado que impulsara su desarrollo y terminara de conquistar el territorio para la “nación”.
Era fundamental construir escuelas donde solamente se enseñara en español y que inculcara los símbolos patrios, ya que “su idioma [de la población] es una mezcla de guaraní, paraguayo, correntino y brasilero, siendo lo menos usado el castellano” (Hernández, 1887:47). Era también prioritario el aumento rápido y controlado de la población, por lo cual se optó por la solución de la inmigración, “con el fin de reemplazar a la población nativa, desarrollar la agricultura, ocupar los espacios vacíos y defender las fronteras” . Era necesario desvincularse con el Paraguay, tierra bárbara, para comenzar a “hacer frontera”.
Podemos observar que ya a finales del siglo XIX las paseras constituían parte del paisaje misionero, reunidas en “la Placita” cercana al puerto vendiendo sus productos, que por entonces eran en su totalidad frutas y verduras de escasa producción en Misiones. En su investigación sobre el trabajo de las paseras a mediados de 1980, Lidia Schiavoni las define como “mujeres paraguayas que traen a vender variadísimos productos, desde alimentos de sus propias explotaciones hasta artículos de contrabando de envergadura […] Los canales de comercialización habituales pasan por la estructura del mercado ‘paraguayo’ o mercado Modelo”.
Pese a las numerosas leyes para proteger, poblar y controlar las fronteras, las paseras continuaron cruzando el río en las lanchas por más de un siglo, improvisando cambios según lo iban requiriendo las nuevas disposiciones de control.